Las personas que han encontrado el camino hacia su autorrealización, o que poseen una fortaleza espiritual, son difíciles de matar. Se mueven con una fluidez única, sin quedarse atrapadas en trivialidades. No buscan aferrarse a algo para sentirse protegidas, porque la seguridad ya la llevan incorporada en su esencia. Amar a alguien así es maravilloso, pero también aterrador; su independencia puede parecer abrumadora. Una pareja sin temores intimida a los inseguros. Decir «te amo, pero puedo vivir sin ti» podría provocar un infarto instantáneo en más de un enamorado. La sociedad ha instalado una falsa premisa: amor sin miedo no es amor.
Cuando alguien ha encontrado su autorrealización, ama con una paz profunda. No es perfección, sino tranquilidad interior. Aunque pueda parecer desamor, no lo es; simplemente ha dejado que los apegos se desvanezcan por su propio peso: hay deseo, pero no adicción.
Para entender mejor el motivo de vida, podemos dividirlo en dos dimensiones fundamentales: autorrealización y trascendencia.